Prólogo.
Llevo más de una hora esperando aquí sentada, sintiendo como la impotencia me destroza las entrañas. Han pasado varios médicos, que han pasado por alto el río de lágrimas que cruza mis mejillas y se han negado a responder a mis preguntas; solo una enfermera con corazón me ha dado algunas respuestas que resultaban más frustrantes que no recibir ninguna, pero se lo agradezco.
Todavía no han aparecido ninguno de mis amigos y la espera me está poniendo enferma. Me dan mareos continuamente y el llanto me da ganas de vomitar aparte de una jaqueca terrible. A lo mejor me ingresan a mí también.
No aguanto más aquí sentada y voy a la máquina expendedora e introduzco mi dólar. Aprieto el botón para que salga mi chocolatina y se queda atascada, sin llegar a caer. La agarro con rabia y empiezo a darle patadas hasta estar segura de que me he roto todos los huesos. Creo que en el fondo, no quería una chocolatina. Solo quería golpear algo.
Oigo un taconeo nervioso detrás de mí, que reconocería en cualquier parte. Nada más girarme veo a Diana, cogida de la mano de Eric. La miro sin verla y no la siento hasta que me abraza.
-Oh, Nieves, cuanto lo siento…- susurra. Su voz me deja ver que ella también ha llorado.- No… no lo puedo creer…
Nos separamos y miro a Eric, que también tiene los ojos rojos.
-Nieves, yo… no sé que decir. Simplemente… que no te culpes. Es tan culpa tuya como mía… éramos amigos desde pequeños, debí darme cuenta…- se da la vuelta para que ni y ni su novia le veamos llorar.
Muy a mi pesar, volvemos a la sala de espera. Pasamos los primeros minutos consolándonos entre nosotros y culpándonos a nosotros mismos y después se hace silencio. Hasta que alguien lo rompe.
-Hola.- dice escuetamente.
No me atrevo a mirar a Jane. Nunca he podido soportar su mirada de hielo y seguramente ahora su mirada se habrá vuelto aún más distante.
Eric y Diana sí que la saludan y la invitan a sentarse. Ella pregunta si sabemos algo y los dos niegan con la cabeza. Soy consciente que se vuelve hacia mí, pero no la miro. Siento su mirada en mi nuca y la sensación es tan incómoda que me giro. Y lo que encuentro me deja de piedra.
Jane me observa con la mirada perdida y rota. Por supuesto, no ha llorado, es demasiado fuerte para eso, pero está destrozada. Al fin y al cabo, eran novios.
-No, tampoco sé nada.- confieso, aunque me gustaría poderle decir que está bien.
-Ya. No importa.
De nuevo se hace silencio y de nuevo alguien lo rompe. Pero esta vez es un médico.
Nos ponemos todos de pie de golpe y él da un paso atrás.
-Soy el doctor Meyfield. Llevo el caso de Christopher Urban.
-¿Cómo está?- le pregunto, ansiosa.
-Las constantes vitales están estables.- dice, mirándonos de uno en uno.- Pero sigue inconsciente.
-¿Podemos verle?- inquiere Eric, apurado.
-¿Son ustedes familiares?
-No.- reconoce Diana.- ¿Ha venido su familia a verle?
-Llegarán más tarde. Y los familiares deben de verle primero.
Se me escapa un sollozo y la llama de esperanza que se había encendido en mi interior se apaga.
-Lo siento.- dice el médico.- Yo no pongo las normas, solo las aplico.
Diana le dice que no pasa nada, que él solo hace su trabajo y él se marcha.
Me vuelvo a sentar y me levanto de golpe, desesperada. Corro por el pasillo hasta el baño y me encierro en una de las cabinas.
Tanto su madre cómo el novio de esta están de viaje en Canadá. Con suerte llegarán mañana.
Alguien toca suavemente a la puerta.
-Vete Diana.- le espeto.
-No soy Diana. Soy Jane.
-Pues vete.
-¿Podemos hablar?
-No.
-Mira, Nieves. Nunca me he portado muy bien contigo, especialmente cuando apareciste en la vida de Chris y poco a poco… bueno cuando cortó conmigo para estar contigo. Pero no me siento orgullosa.
No le respondo, pero escucho atentamente lo que me dice.
-El caso es… ¿tienes donde quedarte hasta que podamos verle?
-No.- ya que ella es sincera, voy a corresponderle.- pero no pienso volver a España.
-Sé que no.- oigo como suspira.- En… en mi casa sobra sitio. Si quieres… es decir, tendrías que dormir en el sofá, pero…
Abro la puerta y la abrazo con fuerza.
-Gracias.
Salimos juntas y Diana sugiere que nos vayamos a cenar fuera y que nos alejemos lo más posible del hospital. A ninguno nos parece mal.
Damos una vuelta mirando tiendas y discutiendo sobre donde podemos comer.
-¿Vamos a una hamburguesería?- sugiere Eric.
-¡No!- exclama Diana.- Cariño, esa comida tiene mucha grasa. ¿A un italiano?
-No hay ninguno por aquí.- señala Jane.- y yo tengo hambre. ¿Un Kebap?
-Yo prefiero ir a un japonés.- opino.- Sushi y eso.
Al principio, Eric se muestra reacio a comer pescado crudo, pero persuadimos.
El restaurante es muy elegante y de fondo, se escucha una suave música oriental, que me relaja.
Antes, es decir, cuando llegué a Boston, leer la carta (toda en inglés) me resultaba casi tan difícil como entender a los que hablaban muy deprisa, pero ahora me resulta tan fácil como respirar.
Pedimos una fuente grande con un surtido que selecciona Diana con aires de entendida.
Mientras nos lo traen, una pareja se sienta a nuestro lado y no puedo evitar mirarles con celos. Míralos ahí, tan felices. Y sin ser conscientes de lo que tienen.
Eric llama mi atención diciéndome que ya nos han traído las bebidas. Hemos pedido un licor de limón rebajado con agua de arroz. Está asqueroso.
Todos ponemos la misma cara de asco cuando nos lo bebemos y lo vertimos en una planta de bambú que tenemos al lado.
Nos traen el sushi y pedimos una botella de agua fría.
El sushi, por lo menos, está bueno. Sobre todo el de atún rojo, que me priva.
Comemos, reímos y pagamos. Eric dice que va a acompañar a Diana a su casa y Jane y yo nos vamos solas a su casa.
Vive en un pequeño pisito en una zona comercial muy frecuentada. Por dentro, su casa es, simplemente, espectacular. El salón, es decir, mi nueva habitación, es alucinante. Tiene las paredes grises, el suelo de parquet negro y el sofá blanco. Puede sonar monótono y soso, pero los detallitos de colores aquí y allí hacen un conjunto precioso.
Se lo digo y responde que no es nada, que cogió un par de muebles y los puso juntos.
Me pregunta si quiero tomar algo.
-Pues… ¿tienes alguna infusión calmante? No creo que pueda dormir…
-Tengo tila por aquí… Mira, aquí está. ¿Algo más?
-No.- luego me pienso lo seco de la respuesta y añado:- Gracias.
Pone la tetera a calentar y deja al lado la bolsita de hierbas. Durante un momento se queda mirándolos, como si esperase que la infusión se fuese a hacer sola.
-Nieves… ¿te… te importa hacértela tú?- no me mira cuando lo dice.- Tengo mucho sueño…
-No, claro. Ve a dormir.
Se encierra en su cuarto y me preparo la tila. Dejo la taza sobre la mesita del salón y me tumbo en el sofá. Pienso en dormir en ropa interior, pero al final decido quedarme con mis vaqueros y mi blusa. Eso sí, el collar al bolso.
Me cubro con la manta y mi mente empieza a divagar. ¿Se habrá despertado? ¿Habrá pensado en mí? ¿Quizá no tanto como yo en él?
Mientras imagino las cosas más preciosas y las más terribles, se me va el tiempo. La tila se ha quedado fría y la he tirado por el desagüe, así que no hay nada que me ayude a dormir.
Oigo pasos tras de mí y veo a Jane, con restos de sueño, mirándome.
-¿No puedes dormir?- niego con la cabeza.- Lo imaginaba.
Me entrega una libreta gruesa, tapas azules y un estuche.
-Será por los nervios, pero no alcanzo a entender esto.
-Escribe.- me dice.- Escríbelo todo. Sobre tu llegada aquí, sobre Chris. Sobretodo escribe sobre Chris. Te aliviará.
Es una buena idea pero creo que escribir un relato no es tan sencillo.
-Creo que es algo más difícil que eso.- replico, tozuda.
-Que va. Solo necesitas un bolígrafo y mucha fuerza.
Un besito gordo.